Por Antonio Murcia.
El camino normal de las palabras del castellano y el valencià es la vía directa desde el latín. Las numerosas palabras de origen griego de nuestra lengua primero pasaron por su adaptación a la lengua de los romanos. Sin embargo, cuando los árabes entraron en contacto con la riquísima cultura griega de Egipto y de Siria, la asumieron, la adaptaron, la ampliaron y la extendieron por todos sus territorios. Y así los árabes de Al-Ándalus incorporaron al castellano palabras como “guitarra” o “alquimia”, que proceden del griego.
Un caso especial es la palabra albaricoque. En latín eran llamados mala praecocia “frutos que maduran antes, precoces” y del latín pasó al griego como πραικόκκια (praikokkia) y en griego bizantino evolucionó a barikokkia. Del griego pasó al árabe, y llegó a la península ibérica, donde en el árabe hispano tomó la forma de al-barquq. Y de aquí al castellano “albaricoque”, el valenciano “albercoc”, el francés “abricot” y el inglés “apricot”.
De modo que cada vez que degustamos esta deliciosa fruta, mordemos un jugoso pedazo de la historia del Mediterráneo, el mar de las culturas.