Por Diego Margallo.
Departamento de Literatura.
iesperemariaorts.
Sobre la superficie de una página en blanco late el aliento de lo infinito.
Sus márgenes aguardan los signos que intentan traducirlo.
Alfa y Omega, principio y fin de todo, las veintisiete letras del alfabeto abarcan lo existente, lo creado, lo soñado. Lo que ya no es sino sombra y el presente que se desvanece entre nuestros dedos. Lo que está por venir. Todo.
De sus múltiples combinaciones surgen azarosas las palabras. Tan cotidianas que apenas reparamos en ellas. Y, sin embargo, buena parte de nuestra biografía depende de sus trazos. No hay distancia mayor en un destino que la que separa un sí de un no.
Letras, palabras… Rastros efímeros que deja cada vida a su paso, su existencia está condenada al olvido. Los mundos que con ellas levantamos apenas perduran el tiempo de su eco.
No todas, sin embargo. Hay palabras que el devenir preserva. Quizás porque han logrado dar nombre a la sustancia común que, más allá de accidentes, palpita en nosotros mismos, en cuantos compartimos el azar de ser humanos: el asombro ante la inmensidad de la noche, la conmoción de una caricia, el dolor que provoca la ausencia…
Son palabras que, aunque nacidas de una mano y un rostro, contienen todos los rostros, todas las voces. Son palabras de todos.
Recuerde el alma dormida
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Respiro,
y el aire en mis pulmones
ya es saber, ya es amor, ya es alegría
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Yo no nací sino para quereros
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Para que tú me oigas
mis palabras se adelgazan a veces
como las huellas de las gaviotas en las playas
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Cerrar podrá mis ojos la postrera sombra
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¿Adónde te escondiste,
amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti, clamando, y eras ido.
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En tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.
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cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.
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No me conformo, no. Me desespero.
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Para saber de amor, para aprenderle,
haber estado solo es necesario.
Y es necesario en cuatrocientas noches
– con cuatrocientos cuerpos diferentes –
haber hecho el amor. Que sus misterios,
como dijo el poeta, son del alma,
pero un cuerpo es el libro en que se leen.
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(Escucho tu silencio.
Oigo
constelaciones: existes.
Creo en ti.
Eres.
Me basta)
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Sé que cuando te llame
entre todas las gentes
del mundo,
sólo tú serás tú.
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Sí, tu niñez ya fábula de fuentes
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¿Mi tierra?
Mi tierra eres tú.
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Tal es la poesía. Palabra esencial en el tiempo.