Por Paco Gómez.
Profesor de Biología.
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En un experimento ya clásico y muy conocido se tentaba a niños de corta edad con golosinas para evaluar su autocontrol. El experimento consistía básicamente en lo siguiente: un investigador, antes de abandonar la habitación de experimentación, ofrecía al niño una golosina y le prometía una más con la única condición de que no se comiera la primera hasta que el investigador volviera al cabo de un rato. Algunos niños podían esperar y ganaban el premio, pero otros carecían de tal autocontrol y comían el dulce:
Dicho experimento se ha repetido múltiples veces, y se ha establecido que las habilidades de autocontrol de un niño -como la conciencia, la autodisciplina y la perseverancia- pueden predecir la salud, la riqueza y los antecedentes penales de su vida futura, con independencia del coeficiente intelectual del crío o su clase social.
Pues bien, un estudio reciente ha comprobado que esta relación también existe en los chimpancés. Un total de 40 primates llevaron a cabo una tarea híbrida de retraso, con la que se evalúa no solo la frecuencia con que eligen esperar a obtener una recompensa más grande en lugar de tomar una más pequeña pero inmediata, sino también su manejo de la situación. En otras palabras, analiza la capacidad de autocontrolarse y resistirse a la tentación.
Los animales que obtuvieron las puntuaciones más altas en una prueba de inteligencia general también destacaron en la tarea de gratificación demorada.
En opinión del autor principal del estudio «El hecho de que el vínculo entre el autocontrol y la inteligencia exista en otras especies además de en los humanos puede demostrar una base evolutiva en la función que ejerce el autocontrol para la inteligencia general».
Una prueba más de que la biología y la evolución influyen en nuestro desempeño quizá más de lo que muchos creerían.