LOS PROFESIONALES

¿Qué nos queda cuando el tiempo ha desfigurado las certidumbres que un día nos guiaron?
¿Qué hacer cuando los ideales a los que entregamos nuestra vida se llevaron lo más noble de nosotros mismos para después abandonarnos?
¿A quién rendir cuentas cuando, al mirarnos una mañana en el espejo, descubrimos un rostro ajeno, vagamente parecido al nuestro, pero extraño en el fondo?
¿Cómo arrostrar las búsquedas que acabaron en fracaso, los fantasmas que dejamos atrás, las claudicaciones y derrotas que nos impuso la vida y que terminamos, resignados, aceptando
Son preguntas que, tarde o temprano, todos nos veremos obligados a enfrentar, porque en el ser humano – incluso en las existencias más plenas – se haya inscrita una derrota íntima que no es posible soslayar: la conciencia de nuestra finitud.
Y, sin embargo, frente a su tiranía, en cada uno de nosotros se halla también congénito el signo distintivo de nuestra especie: la rebeldía, la esperanza. Que nos sostienen, nos dan aliento y nos elevan.
Porque nunca nada se pierde del todo, y porque los viejos códigos, las viejas lealtades, perduran incluso más allá de la muerte.
Y, si no fuera así, aún nos queda reírnos de nosotros mismos para burlar a la parca.
SINOPSIS
Cuatro hombres son requeridos por un rico hacendado norteamericano para liberar a su joven esposa, que ha sido secuestrada y llevada a Méjico. Bajo la promesa de una generosa recompensa, y a pesar de lo temerario de la empresa, aceptan. Pero en su misión habrán de luchar no sólo contra adversarios de carne y hueso, sino contra su propio pasado, viéndose obligados a revivir la causa a la que ofrecieron lo mejor de sus vidas: la Revolución.
FICHA TÉCNICA
– Título original: The Professionals – Año: 1966 – Dirección: Richard Brooks – Guion: Richard Brooks (basado en la novela de Frank O’Rourke) – Música: Maurice Jarre – Fotografía: Conrad L. Hall – Reparto: Lee Marvin, Burt Lancaster, Robert Ryan, Woody Strode, Claudia Cardinale, Jack Palance.

Siempre que vuelvo a ver esta película, me asombra el hecho de no encontrar en toda ella ni una sola palabra que deseara cambiar. Al contrario, algunos de sus diálogos, con devoción infantil, sigo conservándolos en mi memoria, con el deseo, igualmente infantil, de poder utilizarlos en alguna ocasión.
–¿Cuál es tu proposición?- No perderás los pantalones. Tu vida, tal vez sí, pero… ¿Qué importa eso?- Nada en realidad. (Carcajada)
– Debe de ser toda una mujer. Una mujer de esas que que convierten a algunos niños en hombres y a algunos hombres en niños.
– La revolución es como la más bella historia de amor. Al principio ella es una diosa, una causa pura. Pero todos los amores tienen un terrible enemigo. – El tiempo. – La revolución no es una diosa, sino una mujerzuela. Nunca fue pura, ni virtuosa, ni perfecta. Así que huimos y encontramos otro amor, otra causa. Pero solo son asuntos mezquinos. Lujuria, pero no amor. Pasión, pero sin compasión. Y sin amor, sin una causa, no somos nada. Nos quedamos porque tenemos fe. Nos marchamos porque nos desengañamos. Volvemos porque nos sentimos perdidos. Morimos porque es inevitable.
– ¿Sabes una cosa? Es toda una mujer. Fuerte como para matarte. Dulce como para cambiarte.
– ¿No hay otra cosa en tu cerebro que no sean mujeres, whisky y oro de 14 quilates?
– Muchacho, escribiste mi epitafio.
– Es usted un bastardo.
– Si, señor. Pero en mi caso es un accidente de nacimiento. En cambio, usted… Usted se ha hecho a sí mismo.